El último ario

A Mahsa Amini

En un gesto definitivo de rebeldía, convencieron hasta la última de ellas. Madres, esposas, hijas y abuelas marcharon sin hiyab, tomadas de la mano, hacia el sueño de la revolución. Pocas horas después, sin embargo, todas las mujeres de Irán, junto a las criaturas que llevaban en sus brazos como póliza de vida, yacían inertes en las calles de todo el país. Al regresar a sus hogares, militares y policías comprendieron que habían asesinado, sin darse cuenta, los unos las mujeres de los otros. El Estado Islámico, absorto como estaba en el exterminio, tardó algunas horas en notar que sus propias esposas e hijas se habían unido en secreto a la marcha y se hicieron hermanas de las demás en la libertad y la pólvora. Al día siguiente, las tropas de Alí Jameini se preparaban para avanzar a la frontera con Irak, tras haber culpado públicamente a los Estados Unidos de perpetrar el genocidio con tropas iraquíes infiltradas en Irán. Un grupo armado rebelde, sin embargo, detuvo la movilización al ejecutar, tan pronto como despuntó la aurora, al tirano junto a todo su gabinete. Las tropas, divididas entre la culpa y el absurdo, se dispusieron a aniquilarse mutuamente hasta reducir la población iraní a una docena de fugitivos que, al intentar cruzar la frontera turca en calidad de refugiados, víctimas de la desesperación y la dificultad para comunicarse, encontraron la muerte cuando los soldados turcos, aterrorizados, confundieron un gesto de rendición con un ademán de ataque.